Era febrero de 1760, y Don Francisco Sierra compraba una extensión de campo cerca del Rio de los Arrecifes, sobre el primitivo camino a Córdoba del Tucumán. En una lomada, cerca de un tranquilo arroyo, construye el casco de una Estancia, sin imaginar que en ella sobreviviría hasta nuestros días, no solo su estructura, sino la historia que atestiguó, arduo camino de alegría y dolor, transitados en más de doscientos años a la par de la de la República Argentina, a la que vio nacer.

Tal la paz que la providencia le buscó a la Estancia, y su arroyo homónimo, que en el año 1785 se construyó la capilla, oratorio público, ennoblecido por la Virgen del Carmen (año 1550 d.C.), traída desde Potosí, Virreynato del Perú, y la cual se conserva, inmaculada, con mismo vestido original y camarín de viaje.

Empero, el bello país del sur les mediaba otro destino a ellos, testigos de la vasta historia, en épocas de malones y tiranos, de anarquías y fratricidio. En períodos de violencia, la torre del mirador, murallones, y verjas con que se valían los valientes para sobrevivir, un día no bastaron para evitar que, por haber colaborado con el General Juan Lavalle, en su avance a Buenos Aires, en el año 1840 la mazorca, respondiendo al Gobierno de Juan Manuel de Rosas, degollara al dueño de la bella en el patio interno, y confiscara y rematara sus tierras y bienes.